sábado, marzo 24, 2007

Una pionera out the closet


¿Cómo empezar a hablar de Willa Cather? No es fácil. Esta mujer, nacida el 7 de diciembre de 1875 cerca de Winchester, Virginia, es una de las autoras más destacables del modernismo norteamericano.

Willa escribió 12 novelas, relatos, poesía (uno de sus poemarios está escrito desde el punto de vista de la poeta griega Safo), gran cantidad de artículos periodísticos y ganó el premio Pulitzer en 1923.

Admiradora de Walt Whitman, Mark Twain, Henry James y de la escritora lesbiana Sarah Orne Jewett, apostó por un estilo sobrio para hablar de sus dos temas por excelencia: los colonos norteamericanos y la preocupación por la mecanización y la masificación del consumo que empezaba a imponerse en la sociedad norteamericana.


Willa ha dejado una extensa obra que, para unos, es conservadora y poco experimental, mientras que para otros, resulta innovadora.

Entre sus novelas no podemos dejar de mencionar “Pioneros” (título que sacó de un poema de Whitman) y “Mi Antonia”, ambas, una crónica de la vida de los granjeros y los colonos del medio oeste, y “La muerte llama al arzobispo”, quizás su trabajo más admirado.

Y si la lectura de su obra tiene dos vertientes (la conservadora y la experimental) no menos ocurre en lo que se refiere a su vida privada.

La controversia respecto a su lesbianismo es un tema de discusión que sigue abierto y que ha hecho correr ríos de tinta. La máxima preocupación de su madre durante muchos años fue la de convertir a su hija mayor en una mujercita, luchando contra las preferencias de Willa, que desafió las normas de la época cortándose el cabello y vistiendo como un chico. ç

Además, en su adolescencia, empezó a firmar como William Cather y, más adelante, como Dr. Will. Era actriz amateur y solía interpretar a personajes masculinos.

En la vida de Cather, las mujeres fueron siempre fundamentales. En sus años universitarios, mantuvo una relación con Louise Pound, a quien en 1892 escribió una carta declarándole su amor y lamentándose de que una intensa amistad entre mujeres fuese considerada “antinatural”.

En 1899 Cather conoció a Isabelle McClung, con la que mantuvo una íntima amistad que duró años y, aunque Isabelle se casó en 1916, la escritora pasó largas temporadas en casa del matrimonio, en Jaffrey, New Hampshire, donde está enterrada. “A menudo, la gente escribe sus libros para una sola persona, y para mí, Isabelle era esa persona”, confesó en una carta tras la muerte de su amiga.

Por si esto no fuera bastante, durante casi 40 años, Willa mantuvo un “matrimonio bostoniano” con Edith Lewis, con quien compartió apartamento desde 1908 hasta su muerte, en 1947.

A pesar de estas relaciones, Cather cultivó la imagen de celibato y jamás se atrevió a hablar de lesbianismo en sus obras. Declaró que no podía comprometerse con nadie para poder trabajar en su escritura y mantuvo un hermetismo casi absoluto sobre su vida privada, consciente del conflicto que suponía el amor entre mujeres.

En los últimos años de su vida destruyó todas las cartas personales que encontró y en su testamento dejó escrita la prohibición de que se reprodujeran o se citasen las cartas que quedasen.

La escasa correspondencia que ha podido recuperarse da una imagen de Willa Cather muy distinta a su imagen pública de escritora comprometida con el cambio cultural en Norteamérica.


A través de las cartas descubrimos a una mujer que es, en realidad, una fugitiva de su época. Esta especie de doble personalidad no ha de extrañarnos si nos trasladamos a la época que le tocó vivir, que daba poco margen a comportamientos que para la mayoría de norteamericanos resultaban aberrantes.


No en vano otras escritoras, como Gertrude Stein y Natalie Clifford Barney, eligieron un exilio voluntario en el París más lesbiano de la historia.



Para saber más:

Thais Morales

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